Hace
40 años el mundo no era tan multicultural como ahora. No puedo recordar con
cuanto retraso vimos en nuestros cines la película “The Concert For Bangladesh”(1971).
Sí recuerdo que me impactó bastante, particularmente la actuación de los
músicos de la India, vagamente conocidos aquí a través de los Beatles, así como
el sitar, instrumento de cuerda cuya exótica afinación todavía es una sugestiva
novedad para mi maltratado oído.
Hoy
leo la triste noticia de que Ravi Shankar, que toca el sitar en la mencionada
película, ha muerto, a la dilatada edad de 92 años, tras toda una vida dedicada
a popularizar, de modo primordial en Occidente, la música tradicional y popular
de la India.
Resulta
muy gracioso, al comienzo de su actuación, que es la primera de la película, si
no recuerdo mal, tras unos minutos de hacer sonar sus instrumentos, se detienen
y el público les aplaude vigorosamente. Sin perder su impasibilidad oriental,
Ravi Shankar dice algo así como: “si les ha gustado oírnos mientras afinábamos,
les encantará oírnos tocar”. Y es que la mayoría de los que estaban allí (y la
mayoría de los que vimos la película) desconocían (desconocíamos) por completo
las más elementales sutilezas de la música hindú, aunque, eso sí, prevalecía
una indudable fascinación por sus dilatadas y misteriosas ragas.
Dispuesto
a poner fin a tanta ignorancia, nuestro prohombre se instaló en California y
colaboró con un sinfín de músicos occidentales de los más variados estilos:
rock, jazz, música clásica… nada escapaba a su polifacético y adaptable talento.
Y aunque hoy se ha ido, los entusiastas de la música lo retendremos largo
tiempo con nuestro recuerdo.
El
momento de su carrera que resulta, por un lado, más asequible y, por otro, más
delicioso y encantador, es su colaboración de 1966 con el gran violinista de
música clásica, Yehudi Menuhin, otro monstruo. Entre los dos se marcan un disco
inclasificable, apto para relajarse y para concentrarse, para meditar, para
conmoverse y para disfrutar: “West meets East”.
Todos
los temas, hay siete en total, suelen comenzar con una lenta introducción y se
van animando en su desarrollo, intercalando y entretejiendo frases de violín y sitar
en portentosas y evocadoras conversaciones de frases musicales breves y ágiles.
Asombroso. Ojo, no hay que confundirse, no es el último álbum de Beyoncé,
requiere un poco más de atención y esfuerzo, llevará tiempo diferenciar los
temas (a mí me gusta en especial el extenso “Raga Piloo”, donde el sitar y el
violín dialogan, se contestan, se entrelazan en vertiginosos arabescos),
requiere paciencia y, al principio, degustarlo en pequeñas dosis; pero es una
escucha excepcionalmente gratificante a la larga. Por cierto, en el balance
global de la grabación, gana el este, la influencia occidental consiste en poco
más que el timbre y un puñado de melodías del maravilloso violín del bueno de
Yehudi que, por cierto, también nos dejó hace ahora algo más de doce años.
Una
música que no soy capaz de comprender y valorar, pero que me subyuga e
hipnotiza. Como homenaje personal al músico hindú que conocí por culpa de los
Beatles, hoy me he puesto el disco tres veces. No he levitado, aunque ha sido
por un problema de sobrepeso. Escucha los pizzicatos y el sitar punteado de “Twilight
Mood”, el último tema del disco, a ver si tú tienes más suerte.
Prueba el enlace:
Grato!!!
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