Treinta
y cuatro añitos y cada vez la quieren menos. Hoy se celebra el trigésimo cuarto
aniversario de la aprobación en referéndum de la Constitución Española de 1978,
en medio de una grave crisis económica e institucional. Me asomo a la ventana y
no veo banderas prendidas en los balcones. La gente no está para historias. Me
entero de que van a hacer un fiestorro institucional, como todos los años, el
día del cumpleaños de la chica. Será en Madrid, en el Senado, porque el
Congreso está en obras. A esta entrañable representación, acudirán las
autoridades (electas) de los partidos que, más o menos, son el soporte actual
de la Constitución: PP, PSOE, UPyD, Coalición Canaria e Izquierda Unida.
Para
mí, es más llamativa la lista de los que no acudirán: Convergencia y Unió, por
primera vez, hace novillos y eso que uno de sus miembros, don Miquel Roca
Junyent, fue uno de los “padres” redactores del texto constitucional; tampoco
irá el PNV, que ya en su día aconsejó votar “no” a una Carta Magna que no
reconoce suficientemente la primacía específica, inmarcesible e imperecedera de
los derechos inalienables del Pueblo al que de manera imprescriptible
representan; tampoco los flamantes representantes (democráticos, gracias al
Tribunal Constitucional) de ETA, cualquiera que sea su nombre esta temporada,
acudirán, como es previsible, ni estarán los de Esquerra Republicana de
Catalunya, ni los de otros partidos minoritarios, igualmente desafectos a lo
que se celebra.
Me
pregunto si esta, digamos, dejación de sus obligaciones representativas, les
acarreará algún perjuicio económico, como a mí cuando estaba en activo y hacía
huelga. Sospecho que no: una cosa es abominar de un Estado opresor y despreciar
su orden constitucional y otra, muy distinta, dejar de aprovecharse de sus
contribuyentes. Esto sería de tontos, como negarse a coger un día de fiesta
porque no participan de los motivos de la celebración, ¿quién haría esta
estupidez? O sea, harán fiesta, se picarán la función y cobrarán. Faltaría más.
Para
estos “huelguistas” blindados, me voy a dar el placer de copiar aquí algunos
párrafos de los primeros artículos de la Constitución, para que todos sepamos
lo que esta gente no aprecia ni celebra:
“España
se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como
valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la
igualdad y el pluralismo político.”
“La
soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del
Estado.”
“El
castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen
el deber de conocerla y el derecho a usarla.”
“Las
demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades
Autónomas de acuerdo con sus Estatutos.”
“Corresponde
a los poderes públicos promover las condiciones para que la libertad y la
igualdad del individuo y de los grupos en que se integra sean reales y
efectivas; remover los obstáculos que impidan o dificulten su plenitud y
facilitar la participación de todos los ciudadanos en la vida política,
económica, cultural y social.”
Despediré
este sentido homenaje con un par de acotaciones. Uno. Independientemente de lo
nefastos y sinvergüenzas que sean los miembros y miembras de la casta política,
son nuestros representantes y no
tenemos otros; en todo caso cabría decir que cada país tiene los políticos que
se merece (yo, en esto, creo a pies juntillas) y es analfabeto y ridículo
reclamar a estas alturas un salvapatrias-populista o un visionario-antisistema-asambleísta-y-republicano,
para salir del atolladero. Que se presenten y ya les votaremos (o no).
Dos.
Pese a que la presente Constitución nos ha dado un apreciable periodo de
estabilidad política y de imperio de la ley, no ha sido la más duradera de las
constituciones españolas: la de 1876, (la de la Restauración) duró hasta 1931
(Segunda República), esto es, 55 años. Y aunque a algunos escandalizó la
reciente modificación constitucional, la del famoso límite al déficit público,
que sepa que la Constitución de 1876 se podía alterar con una simple votación
parlamentaria, es decir, era más flexible.
Hemos
disfrutado más de lo que creemos de la era del consenso: larga vida a la
Constitución de 1978.
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