Si
algo me prometí con firmeza cuando comencé este blog, fue que no haría ninguna
entrada de ajedrez. Tengo una enemistad personal con Caissa, que es la musa de
este maldito juego medieval y que, en cuarenta años de práctica, más o menos
continuada, no me ha visitado ni una sola vez.
Pero
como decía Groucho Marx: estos son mis principios y, si no le gustan, tengo
otros. La afición al ajedrez es muy ingrata, deportivamente es como un partido
de tenis que se jugara a un solo tanto, el que cometa un error tiene muchísimas
posibilidades de palmar.
Es
un exigente pasatiempo al que te enganchass con facilidad y lo haces, casi
siempre, para toda la vida. Como todo el mundo sabe, cuesta mucho dejar el
vicio del juego y esto me sirve de excusa para descolgarme hoy con un problema
bastante fácil, que cualquier aficionado resolverá en unos pocos minutos, no
más de dos o tres si tiene un buen nivel de juego. Cualquier programa para
ordenador lo desvela en el acto, así que no vale usar ninguno.
Pues
bien ahí va: blancas juegan y ganan con una maniobra tan simple como fulminante.
Alfil G4
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