martes, 29 de enero de 2013

Me Hubiera Gustado Ser Amy Martin

Los objetivos declarados en campaña por cualquier partido político en cualquier democracia occidental son variados pero cabe resumirlos y concentrarlos en dos:

1.-Aproximar el pleno empleo y equilibrar la balanza de pagos mediante herramientas que promuevan el crecimiento económico.

2.-Mantener un sistema tributario lo más eficiente y justo posible, que alcance a sostener presupuestariamente los derechos que la comunidad se ha marcado como básicos: salud, educación, movilidad, seguridad…

Estos dos objetivos, en sentido amplio, son aspiraciones que pondrán de acuerdo a la práctica totalidad de las formaciones políticas. Salvo algunas muy minoritarias cuyos votantes cabrían en un autobús, del estilo de “Legionarios Del Espíritu Santo”, “Comités Proletarios Antitrotskistas El Piolet” o el “Partido Anarquista Indignado de Jon Manteca”.

En una democracia como la española, joven pero ya muy maltratada por la vida y con los peores resabios que una joven de vida viciosa y turbulenta pueda atesorar, a los dos objetivos expuestos como troncales, habría que añadir:

3.-Procurar que “en el circo no te crezcan los enanos”, es decir, que no eclosionen más “sujetos políticos soberanos” (y bastante arduo es capear los ya existentes, imaginemos al pobre don Artur obligado a torear con la república islámica del Baix Llobregat).

4.-Detraer de los márgenes del erario público las mayores cantidades que puedan pasar inadvertidas, para mejorar la situación económica de la familia política, empresarial o personal.

5.-Afianzarse en el poder y sus aledaños el mayor tiempo posible, estableciendo redes de contactos y enchufes que permitan luego instalarse en la empresa privada con un suculento momio.
Algunos miembros y miembras de la fundación "Ni Idea"

Establecida la cuasi universalidad de aquellos dos primeros objetivos políticos, el problema sigue intacto, pues lo arduo no es aquí el qué hay que alcanzar, sino el cómo conseguirlo mínimamente. Este cómo es el que encona las diferencias entre las opciones políticas y, sin embargo las hace equivalentes en un aspecto insospechado: la casi absoluta carencia de ideas tangibles, sensatas y practicables, carencia que hoy hermana a tirios y troyanos en la más palpable inanidad. Seis millones de parados.

De este modo surge y medra la bonita y muy especializada categoría de los asesores. Dado que un político ha de dedicar el cien por ciento de su talento y de su energía a la más torticera violencia verbal contra sus afines más competitivos y contra todos sus adversarios, como ha de centrar sus estrategias en el electoralismo a corto plazo y en dar buena imagen en los medios, no le queda apenas tiempo para dedicarle al problema en sí y tiene que nutrirse de la aportación de hombres y mujeres de confianza, asesores que le doten de conocimientos en la globalización económica, el crecimiento sostenible, la movilidad laboral y todas estas complicadas simplezas que configuran el mundo de hoy y que no son sino variantes enmascaradas de la ley del embudo.

Retrato robot de Amy Martin, con autógrafo al dorso

 Es así como llego a la conclusión de que me hubiera gustado ser Amy Martin, para ser contratada por políticos necesitados de ideas, sedientos de teorías, ávidos de directrices y empeñados en solucionar ese difícil cómo de la actuación política. Hubiera masajeado mis meninges hiperactivas por debajo de mi rubia cabellera y hubiera activado el correspondiente oráculo: “este y no otro es el quid de la cuestión, orquestemos diversos niveles post-solidarios de recurrencia programática, válidos para una multitarea de éticas externas coherentes y emancipemos la pluralidad de carismas energéticos en el ámbito de la renovabilidad participativa. sin caer en tentaciones tecnocráticas redundantes, y le habremos dado la puntilla al desempleo.” Son tres mil euros.

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