Ya
me he despachado la sexta y última (por ahora) entrega de las aventuras del
brigada Bevilacqua y la sargento Chamorro, investigadores de la unidad central
de homicidios de la benemérita, obra galardonada con el premio Planeta de
novela de 2012.
Sin
que esto suponga demérito para el libro, me gustaría hacer un comentario
malicioso sobre la naturaleza del premio que lo acredita. Asistimos, desde
siempre, pero en los últimos tiempos de manera más acentuada, al espectáculo de
un galardón literario que se otorga a profesionales altamente consagrados (Vargas
Llosa, Mendoza, Silva…) por obras que se prevé que van a ser un bombazo
comercial y que, esto es lo más chocante para mí, se falla por un jurado en el
que ninguno de sus miembros puede fingir, por más morro que tenga, que
desconoce la procedencia de la novela. ¿Cómo va a ser tomada como anónima si
forma parte de una serie?. Por lo tanto, no adivino cuál es el objetivo del
fingimiento de escoger entre trescientas obras presentadas, si el premio ya
está adjudicado de antemano. No soy capaz de imaginar al empresario de la
editorial diciéndole a un autor célebre y prestigioso: tú prueba y preséntate,
que a lo mejor ganas o tal vez no, porque la competencia es mucha. Bueno,
Planeta es una empresa privada y de lo suyo gastan, pero esta pantomima que
cubre de oro a un gran escritor, lo impregna también de un indisimulable
tufillo a tongo. Me divierte pensar qué pasaría si entre los pardillos que se
presentan y que realmente no compiten, se hallara uno que hubiera escrito un
nuevo “Cien años de soledad”.
Hecha
esta salvedad, tengo que admitir que “La marca del meridiano” es, una vez más,
por descontado, un libro interesante y muuuy entretenido, con un gancho
irresistible, que uno casi lee de un tirón si no tiene obligaciones perentorias
que se lo impidan. A mí, debo tener la tarde tocapelotas, usando la perspectiva
de haber leído la serie completa, los dos últimos, “La estrategia del agua” y
éste, son los que menos me agradan, por razones que luego expondré. Los cuatro
primeros, incluido el de relatos cortos “Nadie vale más que otro”, los disfruté
muchísimo. Los dos más recientes, no es que no me hayan gustado, pero lo que
incorporan me vale menos que lo que descartan.
Vamos
con “La marca del meridiano”: el jubilado subteniente Robles, amigo y mentor de
Bevilacqua, según se nos dijo en “La reina sin espejo”, aparece en La Rioja,
lejos de su morada barcelonesa, colgado de un puente. Ha sido torturado y
asesinado en una especie de brutal ajuste de cuentas. A Bevilacqua, Vila para
los amigos, y a su fiel Chamorro les toca, muy a su pesar, emprender una
investigación que se les va a complicar y a ramificar hasta lo indecible. El
caso es como si te hallaras con la más pequeña e interior de una sucesión de
muñecas rusas y tuvieras que ir tirando hacia afuera, topando con envolturas
que son muñecas cada vez más grandes, pesadas y poderosas. Se abarcan
sucesivamente horizontes más ominosos: asuntos internos de corrupción dentro de
la guardia civil, distribución de drogas, esclavitud sexual de mujeres
inmigrantes… hasta llegar a un malo malísimo internacional, que se arroga el
derecho de vida o muerte sobre las personas, incluyendo sus propios sicarios
prescindibles. Una trama compleja que Silva narra con su pericia habitual en
una novela un poco más sombría que de costumbre.
A lo
que me refiero, cuando digo que las dos últimas entregas me gustan un poco
menos, es a que Chamorro y Vila han envejecido sin acabar de crecer como
personajes. Chamorro se caracterizaba por una vivacidad que ha desaparecido, no
tiene vida personal y es un caso de adicción al trabajo, se ha vuelto más opaca
y, en lo que se refiere al pobre Vila, lo veo menos sentencioso y más
derrotado, tuvo en el anterior libro un desengaño con un juez (que no se acaba
de detallar), estuvo a punto de dejar el tricornio y desde entonces no es el
mismo hombre. En esta última entrega cuenta algo de las intimidades de su
pasado y, o yo he leído demasiada novela negra y policiaca, o es un cliché sentimental
poco convincente, pero al menos ya sabemos lo que le pasó en Barcelona, años
atrás cuando estuvo en la frontera del lado oscuro, frontera que el asesinado
Robles traspasó. También habla de cuando servía en el País Vasco, contra unos
enemigos a los que no se corta (y esto me encanta) de llamar alacranes. Toma Jeroma.
Otro
aspecto que me gusta menos es que las investigaciones ya no se basan en pelos,
huellas y manchas de sangre, con su clásico atractivo, sino en seguimiento de
móviles, cuentas de Facebook, correos electrónicos y otras variadas lindezas
tecnológicas de última generación, que hacen las investigaciones más complejas
y farragosas, qué le vamos a hacer, el mundo se ha vuelto así, pero uno echa de
menos las artimañas deductivas de los viejos detectives, basadas en el arma
homicida y la falta de coartada. Para hacer frente a la complejidad añadida, se
ficha a un nuevo personaje, el guardia Arnau que, la verdad, es un ser muy
apagado y aporta poco a la trama.
Aquí vemos el arco que marca el meridiano |
Por
cierto, el título “La marca del meridiano” se refiere a un vistoso arco que hay
en la autopista entre Madrid y Barcelona, en pleno desierto de Monegros, alzado
para señalar el paso del meridiano de Greenwich que divide los hemisferios:
Barcelona queda en el oriental y Madrid en el occidental, aunque no me quedó
claro qué significado le quiere dar el autor a ese hecho. Si tuviera que
resumir el libro en una frase, usaría la de “literatura de entretenimiento de
altísimo nivel. Aunque la serie ha pasado por mejores momentos, no defrauda”.
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