Para
los que nos solazamos en un clima tan seco como el de estas tierras, tiene algo
de subyugante ver un río fluir, observar su cauce, tratar de descubrir aves
acuáticas… Si además es un río aparente, como el Cinca, y se puede contemplar
desde lo alto de una terraza fluvial con amplias panorámicas, el placer es una
perspectiva duradera.
Dice
más o menos un refrán de la montaña sobrarbesa: “Cinca traicionero, se ven las
piedras del fondo y te llega el agua al cuello”. Sus aguas aquí ya no son tan
turbulentas ni tan limpias, aunque en estos remansos, un otoño de hace
bastantes años pude captar el reposo y el baño de una buena bandada de patos,
lástima que ya casi era de noche.
El
atardecer otoñal prestaba un colorido muy matizado al soto del río que se
desplegaba, visto desde arriba, en múltiples capas rojizas. Hacía frío y no
había llevado el trípode, pero las luces y brumas me daban una ocasión irrepetible:
nadie fotografía dos veces el mismo río.
En
la lejanía, las luces de Monzón comenzaban a encenderse. Hora de terminar,
porque las primeras cámaras digitales daban resultados muy pobres con el ISO
elevado.
Apenas
unos días atrás, las hojas habían empezado a caer y sobre este asunto, recordaba
haber leído en un libro muy triste: “no son ya las primeras del año, apenas
verdes, sino hojas viejas, que han conocido las largas alegrías del verano y ya
no sirven más que para humus, ahora que los hombres y los animales ya no
necesitan sombra, al contrario, ni los pájaros nidos en que poner ni incubar, y
que incluso allí donde no late corazón alguno los árboles tienen que
ennegrecerse, aunque parece que hay algunos que siguen siempre verdes, uno se
pregunta por qué.” Samuel Beckett, “Malone muere”.
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Gracias por las fotos.
ResponderEliminarEl dicho que yo recuerdo es
"Cinca traidora,
las aguas son claras,
la gente se ahoga"