A
estas alturas no había leído aún nada del escritor chileno Roberto Bolaño
(1953-2003). Tenía una enorme curiosidad, no sólo porque nació el mismo año que
yo, sino porque las fuentes de las que habitualmente me fío, lo consideran el
mejor escritor en español de los tiempos recientes. Esas mismas fuentes me
habían dado a entender que se trataba de un escritor difícil, poco accesible,
muy “literario”, alguien que escribía para los de su gremio y con el que los no
iniciados íbamos a tener que sudar si queríamos sacar algo de su profundo
sabor.
Debía
yo de estar confundido, porque nada de esto me ha enturbiado el disfrute de la
lectura de su primera novela “La pista de hielo”, publicada en 1993 en Planeta,
aunque la que cayó en mis manos fue la edición de Anagrama de 2003.
Se
trata de una novela de gran interés y originalidad, no muy extensa, ligera como
la patinadora que la protagoniza y muy difícil de etiquetar o clasificar. Entre
el costumbrismo veraniego en la Costa Brava y la intriga de las novelas negras
o policiacas. Un libro de amor (o de amores), crónica sentimental aderezada con
corrupción política, con las peripecias vitales de los inmigrantes
latinoamericanos con más o menos papeles y con las andanzas de personajes más o
menos marginales, que configuran una fauna de supervivientes (y perdedores)
algo alucinados.
Una austera
sinopsis me permitirá centrarme: la novela está contada en primera persona por tres
personajes que se alternan invariablemente en la narración. Cada breve capítulo
está guiado por la voz de un personaje y el orden en que éstos narran,
justifican e interpretan lo que ocurre es inalterable a lo largo de toda la
obra.
El
primero en tomar la palabra es Remo Moran, un poeta y pequeño empresario
chileno, que es, entre otras cosas, dueño del camping “Stella Maris” donde va a
transcurrir buena parte de la acción. A continuación, habla Gaspar Heredia,
mejicano, amigo de adolescencia del anterior, también poeta, un sin papeles que
entra a trabajar en el camping como vigilante nocturno. La tercera voz del
relato es la de Enric Rosquelles, catalán, ambicioso, director del Área de
Servicios y motor del Ayuntamiento de Z, que es como en la novela se nombra al
pueblo de la costa.
El
detonante del drama que estalla en la narración es la luminosa belleza de Nuria
Martí, patinadora artística del equipo nacional español, que no consigue
renovar su beca del Comité Olímpico Nacional, al haberse hecho un poco mayor
para considerar que está aún en periodo formativo. Además va a ser apartada del
equipo, porque éste está en fase de renovación. Enric Rosquelles siente una tal
atracción por ella, que pierde sus referencias y concibe un proyecto
descabellado. En el palacio Benvingut, una vieja, ruinosa y gigantesca mansión,
antigua propiedad de un indiano, y que ahora pertenece al Ayuntamiento de Z,
Enric, usando su influencia en el consistorio y los fondos que puede detraer y
malversar, hace construir secretamente una pista de hielo, para que la
patinadora entrene y él, mientras, poder observar su diáfana hermosura. Aquí la
belleza está mostrada como preludio del desastre y aunque el anhelo de Enric se
colma nada más con verla y sentir que la protege, también va a enamorarse de la
espléndida Nuria Remo Moran, cuyas apetencias son las propias de una pasión más
terrena y carnal.
Por
su parte, Gaspar Heredia, el vigilante, trabará conocimiento y amistad con dos
indigentes que son expulsadas del camping por no pagar: la vieja Carmen, que
canta ópera por las calles y terrazas, como forma encubierta de mendicidad y la
joven y silenciosa Caridad, pasmada y esquelética, de la que Gaspar se
enamorará, y que lleva un cuchillo oculto entre las ropas, en apariencia para
defenderse de agresiones reales o fingidas en su ensimismamiento y alucinación.
Cuando estas mujeres tienen que abandonar el camping, han de pernoctar donde
buenamente pueden y acaban yendo por el palacio Benvingut.
Cuando
allí ocurre, en la misma pista de hielo, un misterioso y terrible asesinato,
los acontecimientos se precipitan y todos, no sólo la víctima, ven su vida
o truncada o vuelta del revés y han de enfrentar cambios tan drásticos como dramáticos.
La
narración está escrita en un lenguaje de una concisión deslumbrante, preciso y
afilado como un patín de los que usa Nuria en la pista que da nombre a la
novela. Bolaño admiraba mucho a Borges y toma de él un lenguaje pulido y desnudo
de una precisión extrema, para narrar lo misterioso con un distanciamiento que
nos lo aproxima y disecciona de una manera tan brutal como poética. Una prosa
inconfundible de tan personal, salpicada a veces de un humor desgarrado y
malévolo.
Roberto Bolaño, fumando como en casi todas sus fotos |
Tengo
que decir que Bolaño parece tan afilado porque está muy próximo a los temas que
narra, los cuales se contaminan de un tinte inconfundible de realidad
existencial, él vivía en Blanes, pueblo muy parecido a Z, él trabajó de
vigilante nocturno en un camping de la costa y conocía a la perfección los
ambientes de los desarraigados latinoamericanos en Cataluña, en cierto modo,
pertenecía a ellos. Buena parte de su novela (y al parecer todas son así) se
basa en experiencias personales de primera mano y en su aventura vital intensa
y relativamente breve.
Acabaré,
para irme a empezar otros libros de Bolaño, con una cita literal: “El asesino
duerme mientras la víctima le toma fotografías, ¿qué les parece?”
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