Mike Disfarmer |
Mike
Disfarmer (1884-1959) es un perfecto desconocido (o casi) en el ámbito cultural
español.
Fue
un fotógrafo estadounidense, un retratista de pueblo con un pequeño estudio en
su Arkansas natal. Nuestro hombre vino al mundo en una zona rural, en una
familia de granjeros. La vida de agricultor o ganadero le llamaba tan poco, que
hasta cambió su apellido de nacimiento por el de Disfarmer, como si quisiera
ser conocido como lo opuesto a un granjero (farmer).
Sus
retratos de gente común y corriente, seguramente encargos de los que debían ser
sus paisanos en la Arkansas rural, un estado sureño que, en los años 30, 40 y
50 del pasado siglo, debía ser de lo más apacible que se pueda imaginar, han
llegado hasta nosotros gracias a los esfuerzos de un becario que pasó un año de
su vida revolviendo, ordenando, limpiando y restaurando negativos. Y es que
varios años después de su muerte, las fotografías que retrataban en blanco y
negro a su clientela, individualmente o en grupos, han llegado a ser
consideradas genuinas obras de arte, cosa que no va a extrañarle nada a
cualquiera que les eche un vistazo.
Entre
las artes plásticas, me decanto como preferencia particular por la fotografía,
de cuya historia soy un casi perfecto ignorante (nadie es perfecto). Desconocía
yo pues a este humilde y casi ignorado artista, que llegó a mis manos a través
del libreto de un disco del guitarrista Bill Frisell, que le dedica una
grabación, vamos que le homenajea con ella.
Vi
en el libreto del disco pues, unos retratos que me parecieron sobrecogedores en
su desnudez expresiva. Evidencian que Disfarmer era capaz de fotografiar el
alma de la gente que se ponía delante de su objetivo, gente sencilla, paisanos
agudamente captados en poses de inmovilidad, en expresiones de severa
solemnidad, retratos que, por otra parte, parecen no tener ningún artificio… Es
asombroso, pues en un primigenio blanco y negro, da la impresión de que toda
intención “artística” y toda preocupación “técnica” han sido soslayadas en
beneficio de una aproximación esencial y directa a los personajes fotografiados:
lo más íntimo de ellos, algo de su naturaleza que pervive precisamente gracias
y a través del retrato, está allí dialogando con nuestra mirada y eso es un
milagro que muy rara vez ocurre.
Como
aficionado a la fotografía, soy por completo consciente de lo difícil que es
fotografiar personas. Para mí lo es tanto que me dedico a los paisajes y a los
objetos. Sacar un retrato de una persona y que en él asome algo más que el mero
parecido visual con el modelo, es una misión que muy pocos fotógrafos de la BBC
(bodas, bautizos y comuniones), oficio equiparable al de Disfarmer, llevan a
cabo con algún éxito (más allá del de cobrar el encargo). En la actualidad un
poderoso cúmulo de herramientas técnicas y de recursos digitales sirven para
correr un tupido velo de disimulo y disfrazar las carencias en la mirada. Esto
sirve incluso en fotos de gran calidad comercial o publicitaria, con modelos de
evidente atractivo, donde haciendo gala de gran destreza se retrata con enorme
perfección técnica la nada, la ausencia.
Por
eso me han impactado de tal manera estas fotos que, con tanta sencillez y
alguna imperfección, son capaces de implantar
un sujeto, una presencia humana y hasta una historia personal frente a la
cámara que, aparentemente neutral, distante y ajena, los perpetúa, los eterniza
en un instante emblemático donde reflejan y rezuman vida, siendo un espejo de
presencias muy cercanas, tan próximas que, en una de nuestras existencias, hemos sido alguien así.
Quiza el valor está en la buena iluminación (profesionalidad) y en que la gente que posa realmente cree en el valor del retrato.
ResponderEliminardesde la Sacre Famille
Es muy bueno ese punto de vista, sin embargo discrepo en la clasificacion de personas capaces de hacer este tipo de empleo en una cámara. Todos somos capaces.
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