Con este invierno tan suave que estamos
teniendo y que, me quisiera equivocar, pero parece que ya amenaza con acabarse,
me ha dado por echar de menos el frío de verdad y he rescatado unas fotos que
hice en el soto de la Pinzana a finales de diciembre de 2005 y a comienzos de
enero de 2006. Escalofriantes (en sentido estricto).
Cuesta creer que por estos lares hiciera
tanto frío, pero así es: helaba durante las veinticuatro horas del día, hasta
seis u ocho bajo cero, diez durante la madrugada.
No había caído un solo copo de nieve. La
blancura de las ramas era debida a la escarcha.
El silencio era una versión atenuada del
propio silencio, del más callado. No había ni un alma contemplando el helado
espectáculo.
Hasta el reloj parecía que se había
detenido con el frío. La luz era amortiguada y gris, como si durante todo el
día estuviera amaneciendo.
Hice una veintena de fotos con una
Panasonic Lumix que tiritaba como yo y apenas se atrevía a funcionar. Las he
reducido y les he dado un aumento leve del contraste con Photoshop, antes de
compartirlas aquí. Podemos imprimirlas en láminas de hielo, para felicitar las
próximas navidades.
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