Ahora
resulta que nos hemos vuelto budistas tibetanos o algo así. Si no, ¿cómo se
explica el revuelo producido por el diputado de UPyD Toni Cantó? Ayer escuchaba
algunos cloqueos radiofónicos de indignación: aireaban la cacofonía desatada en
Twitter con el tema de los derechos de los animales y la crueldad y bajeza
moral del citado representante político. La intervención del señor Cantó se
produce en el marco de un debate parlamentario entre taurinos y antitaurinos.
Por parte de estos últimos interviene el señor Alfred Bosch quien, con un
comedimiento que me sorprende, apela a la sensibilidad de sus señorías para que
espectáculos tan crueles sean prohibidos. La intervención (favorable a los
taurinos) del diputado Cantó me sorprende aún más, sobre todo en sus desmedidas
repercusiones. El señor Cantó no dice, en su intervención, nada que no deba saber un estudiante de cuarto de
Secundaria para aprobar la asignatura de Ética. Me causa perplejidad que les
suelte semejante rollo a sus señorías, que ya deben de estar de vuelta de tal
catálogo de obviedades, fundadas en que, por supuesto, un animal no es sujeto de derechos.
Pero,
ay, nuestro hombre no contaba con el nuevo integrismo triunfante en algunos
países desarrollados y en España: los ciudadanos del animalismo militante que
lo han puesto a bajar de un burro. Y eso que, en su discurso, queda muy
claramente remarcado, siguiendo al filósofo Savater, que el maltrato a los
animales es denigrante y rebaja moralmente a aquél que lo ejerce. Pero como si
no, Cantó ha sido insultado escarnecido y denigrado por los representantes de
los animales y sus derechos, que conforman, a día de hoy, un vociferante grupo
de presión de sorprendente fuerza.
Su "libertad" es su naturaleza, no el ejercicio de un derecho |
Evidentemente,
nadie en su sano juicio expresaría una opinión favorable al maltrato de los
animales, el debate taurino es perfectamente legítimo pues, y es por completo
explicable que mucha gente profese cariño a sus animales de compañía, hoy
llamados mascotas, no es de esto de lo que quiero hablar.
Lo
que en mi molesta (modesta) opinión es una broma (siniestra, en un país donde a
los derechos humanos aún les queda un largo recorrido de aplicación), es que se
equiparen animales y seres humanos en un plano de igualdad que, a mí me
confunde y me irrita. Lo expresaré así: cuando se habla de los derechos de los
animales, estableciendo esa imposible equivalencia jurídica con los de las
personas, o se está haciendo un fraude y esos derechos comunes reconocidos son,
una vez más papel mojado, derechos devaluados tan universales como inefectivos
o, peor aún, los integristas del animalismo están hablando en serio y entonces
un orangután puede ser el compañero de pupitre de tu hijo y en la cama de al
lado, en el hospital de la seguridad social, tendrás a un mandril convaleciente
de una flebitis, al que habrá venido a ver toda su familia. Un chimpancé,
abogado del colectivo de cerdos, te pondrá una demanda por todos los bocadillos
de jamón que te has comido y el representante de los mosquitos, un loro muy
parlanchín, comandará una moción en el parlamento para prohibir la fabricación
de insecticidas. ¿Y el derecho de las ratas a una alcantarilla digna? Las moscas,
por número, ganarán siempre las elecciones, con un programa basado en la
creación de más montones de estiércol. En resumen: hay quien ejercita el
derecho a estar zumbado.
Las hormigas tomando un café en la oficina |
Tengo
entendido que los más puristas del budismo sólo se alimentan de los frutos que
se desprenden y caen de las plantas, barren el camino delante de su paso, para
ahuyentar las hormigas, evitando pisarlas y, cuando construyen una cabaña o un
templo, remueven la tierra que extraen manualmente para hacer los cimientos,
con el fin de poner a salvo cochinillas y lombrices. Todo ello como fruto de un
respeto radical por lo que está vivo y merece conservarse vivo. Con personas de
esta condición sí que valdría la pena debatir, siempre que no quisieran imponer
su creencia, sino llevarla a cabo como camino individual, pero con los
mencionados animalistas modernos la cosa es más difícil, dada su falta de
coherencia. Para empezar, no todos los animales gozan para ellos del mismo
respeto y de los mismos derechos, no. También entre los animales hay clases.
Tarde o temprano ponen una barrera de exclusión, porque si no tendrían la casa
llena de cucarachas y el pubis lleno de ladillas. O sea, buena parte de los
insectos quedan excluidos. Tampoco abanderan el derecho de los tiburones y las
medusas a agredir bañistas. Al final se quedan solo con los animales más
antropomorfos, como con un espejo en que mirarse. Diógenes el cínico cuentan
que decía: “más conozco a los hombres, más quiero a mi perro”. No es sabiduría.
Es un caso clínico. Le aquejaba la imposibilidad de amar a los seres humanos
con los que se relacionaba. Yo, a veces, he querido ser un perro, porque los
derechos y las obligaciones de un ser humano son una durísima carga (y ahora
queremos acabar de joder a los animales con ella).
Acabo
y confío que no haya que cambiar el dicho del sabio antiguo por este otro: “El
pulpo es la medida de todas las cosas”.
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