Ayer
tuve ocasión de ver la última película de Woody Allen, mi prolífico cineasta
neoyorquino favorito. El hombre sigue de turismo por Europa, después de
Londres, Barcelona y París, le toca el turno a Roma. El título es “A Roma con
Amor”, que en el original inglés (To Rome With Love) pierde el gracioso
palíndromo.
Se
trata esta vez de una película de episodios, más bien coral, algo más frívola y
humorística que otras recientes, recuperando en alguna medida los comienzos del
director, con gags hilarantes de corte absurdo o surrealista. El único hilo
conductor lo pone la propia ciudad de Roma, viéndose con profusión planos
medios y largos de sus lugares con más sabor y encanto, viejas calles
adoquinadas, plazas del casco histórico filmadas en tonalidades ocres, rosadas
y sepias, todo lleno de vespas al estilo sesentero y con mucho turista
americano.
La película desarrolla cuatro historias diferentes que no llegan a entrelazarse. Las historias no son sucesivas, sino que se intercalan en escenas más bien cortas. Recuerda mucho a algunas películas sesenteras de episodios sueltos, y aún más a las setenteras “Amarcord” y “Roma” de Fellini. Más aún, juraría que ha querido, el bueno de Allen, hacerle un homenaje al director italiano, aparentemente tan alejado de su estilo. Si es que hasta parece que hubiera deseado encargar la banda sonora a Nino Rota y, como no ha podido ser, ha puesto un puñado de la mejor música ligera italiana, por supuesto intercalada con las arias de ópera, inevitables en las recientes películas de Woody Allen.
Las
cuatro historias tienen su chispa. Para mí la más descacharrante es la de Leopoldo
Pisanello (Roberto Benigni), un hombre de lo más común al que los medios hacen
famoso instantáneamente ¡sin ningún motivo! De repente es una estrella, un
oráculo social, un referente, un dispensador de autógrafos, sin ser otra cosa
que, en sus propias palabras, “un oficinista capullo”.
El
reparto es bastante carismático también esta vez. Alec Baldwin es un reputado
arquitecto que aconseja a un joven estudiante ¡en temas sentimentales! Ya que
éste va a recibir la visita de una amiga de su pareja que es una
pseudointelectual seductora y comehombres, encarnada por Ellen Page (tan encantadora
en “Juno” y en ésta, una repelente de cuidado). Penélope Cruz, aquí muy
comedida, es Ana, una prostituta refinada y vulgar (?) que espabilará a un
joven recién casado. El propio Woody Allen se reserva un papel muy en su línea,
de jubilado promotor de ópera, que descubre en su futuro consuegro un talento
innato para el canto, que solo se manifiesta cuando está en la ducha.
La
película es muy divertida y graciosa, sus situaciones son disparatadas y, no
obstante, ilustrativas y no carentes de sustancia. Pareciendo una pura sucesión
de coincidencias caprichosas o de anécdotas casuales, hay siempre soterradas
situaciones emblemáticas de las relaciones humanas y esto es lo característico
del cine de Woody Allen y de la comedia cuando es grande. Lo cómico verdadero
no es reírse de tal o cual circunstancia o persona concreta, sino del ridículo
entramado de lo humano en su conjunto. Siendo ésta una comedia muy recomendable
y entretenida, no acaba de redondearse y alcanzar la máxima perfección por un
único problema: el pulso narrativo. Pasada la mitad de la película, el ritmo se
va dilatando, las propuestas se estancan un poquito y la cinta va perdiendo
energía y fuerza, hasta desembocar en un final (o cuatro finales) agradable
pero desvaído. Sin ser una pena, es un cierto menoscabo de la alegría. Pero,
bueno, este hombre estrena el año que viene, o en su nonagésimo cumpleaños, es
un suponer, “Berlín Me Hace Tilín” y yo voy de cabeza a verla.
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