martes, 6 de noviembre de 2012

A Roma Con Amor


Ayer tuve ocasión de ver la última película de Woody Allen, mi prolífico cineasta neoyorquino favorito. El hombre sigue de turismo por Europa, después de Londres, Barcelona y París, le toca el turno a Roma. El título es “A Roma con Amor”, que en el original inglés (To Rome With Love) pierde el gracioso palíndromo.
Se trata esta vez de una película de episodios, más bien coral, algo más frívola y humorística que otras recientes, recuperando en alguna medida los comienzos del director, con gags hilarantes de corte absurdo o surrealista. El único hilo conductor lo pone la propia ciudad de Roma, viéndose con profusión planos medios y largos de sus lugares con más sabor y encanto, viejas calles adoquinadas, plazas del casco histórico filmadas en tonalidades ocres, rosadas y sepias, todo lleno de vespas al estilo sesentero y con mucho turista americano.

La película desarrolla cuatro historias diferentes que no llegan a entrelazarse. Las historias no son sucesivas, sino que se intercalan en escenas más bien cortas. Recuerda mucho a algunas películas sesenteras de episodios sueltos, y aún más a las setenteras “Amarcord” y “Roma” de Fellini. Más aún, juraría que ha querido, el bueno de Allen, hacerle un homenaje al director italiano, aparentemente tan alejado de su estilo. Si es que hasta parece que hubiera deseado encargar la banda sonora a Nino Rota y, como no ha podido ser, ha puesto un puñado de la mejor música ligera italiana, por supuesto intercalada con las arias de ópera, inevitables en las recientes películas de Woody Allen.

Las cuatro historias tienen su chispa. Para mí la más descacharrante es la de Leopoldo Pisanello (Roberto Benigni), un hombre de lo más común al que los medios hacen famoso instantáneamente ¡sin ningún motivo! De repente es una estrella, un oráculo social, un referente, un dispensador de autógrafos, sin ser otra cosa que, en sus propias palabras, “un oficinista capullo”.

El reparto es bastante carismático también esta vez. Alec Baldwin es un reputado arquitecto que aconseja a un joven estudiante ¡en temas sentimentales! Ya que éste va a recibir la visita de una amiga de su pareja que es una pseudointelectual seductora y comehombres, encarnada por Ellen Page (tan encantadora en “Juno” y en ésta, una repelente de cuidado). Penélope Cruz, aquí muy comedida, es Ana, una prostituta refinada y vulgar (?) que espabilará a un joven recién casado. El propio Woody Allen se reserva un papel muy en su línea, de jubilado promotor de ópera, que descubre en su futuro consuegro un talento innato para el canto, que solo se manifiesta cuando está en la ducha.

La película es muy divertida y graciosa, sus situaciones son disparatadas y, no obstante, ilustrativas y no carentes de sustancia. Pareciendo una pura sucesión de coincidencias caprichosas o de anécdotas casuales, hay siempre soterradas situaciones emblemáticas de las relaciones humanas y esto es lo característico del cine de Woody Allen y de la comedia cuando es grande. Lo cómico verdadero no es reírse de tal o cual circunstancia o persona concreta, sino del ridículo entramado de lo humano en su conjunto. Siendo ésta una comedia muy recomendable y entretenida, no acaba de redondearse y alcanzar la máxima perfección por un único problema: el pulso narrativo. Pasada la mitad de la película, el ritmo se va dilatando, las propuestas se estancan un poquito y la cinta va perdiendo energía y fuerza, hasta desembocar en un final (o cuatro finales) agradable pero desvaído. Sin ser una pena, es un cierto menoscabo de la alegría. Pero, bueno, este hombre estrena el año que viene, o en su nonagésimo cumpleaños, es un suponer, “Berlín Me Hace Tilín” y yo voy de cabeza a verla.

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