Pineta
es otro de los valles pirenaicos de obligada visita en otoño. El denso bosque
de hayas que cubre de vida sus abruptas laderas alcanza, a principios de
noviembre, una riqueza y una calidad de
tonalidades que rozan lo inverosímil. Se trata, en verdad, del bosque de las
hadas de los cuentos.
El
valle es húmedo y la claridad del sol enseguida lo abandona en esta época. Por
la mañana, remolonean jirones de niebla en la hondonada. Las altas laderas de
las montañas de la sierra de las Tucas ya se han adornado con nieve.
El
camino cruza el río Cinca que baja saltando en remolinos y cascadas, por un
lecho de grandes piedras y de paredes de roca agreste y vertical. El agua es
límpida y el abundante caudal dota de un rumor constante al fondo del valle.
Por
el norte lo cierran altas murallas de piedra, cuyos dientes descomunales se
alzan muy por encima del bosque rojizo.
Cuando
regresamos a las praderas de la parte más baja, nuestros ojos se han regalado
hasta la saturación de la belleza que la coloración otoñal pone en estos
bosques. Para dar testimonio, acarreé todo el día una Pentax K-5 y tiré unas
doscientas fotos, de las que éstas son una breve muestra.
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