Casi
se nos ha olvidado, pero hemos sido siempre un país de emigrantes: la vendimia
francesa, el “Vente a Alemania, Pepe” con Alfredo Landa y José Sacristán, el
exilio de la posguerra, el hacer las Américas, en fin, que hemos dado montones
de tumbos por el mundo.
A
principios de los noventa, reciente aún el ingreso en la Comunidad Económica
Europea, con el “boom” de la construcción y la proliferación de los más
variados “pelotazos”, nos convertimos de la noche a la mañana en una especie de
ostentosos nuevos ricos, con el adosado, el todo terreno y las vacaciones en
Cancún, o eso quisieron hacernos creer, con aquel “España va bien”.
Los
ricos somos poco dados a picar y preferimos que lo haga otro y contra menos
tengamos que pagarle, mejor, ¿quién no ha oído: “aquí la gente joven no quiere
trabajar en esto ni en aquello” o “no encuentras gente para atender esto o lo
otro”? Bueno, pues aprovechando lo cerca que está África o lo chunga que estaba
la situación en Latinoamérica… ¡Premio! “Vente Paspaña” Gladys, Mohamed, veníos
todos los que podáis, que en este país hay trabajo poco cualificado y mal
remunerado para todo el que llegue. No habrá control, chicos, no somos esos
norteamericanos racistas que tienen un Departamento de Inmigración quisquilloso
e insolidario.
Durante
quince años o más, todo iba de perlas, llegaron Irina, Dembo y Amaury y se
integraron, mal que bien como los nuevos españoles, haciendo la faena que los
viejos españoles no queríamos hacer, porque éramos todos arquitectos,
psicólogos, diseñadores o artistas y trabajábamos en el “manager consulting”
como mínimo. Y bien que mal, así íbamos tirando, con una cariñosa
condescendencia, disimulábamos nuestros prejuicios: los menos impresentables
sólo los expresábamos de puertas para adentro.
Prejuicios,
palabra clave. Siempre ha habido prejuicios contra los inmigrantes, en todas
partes. Soy nieto de exiliados españoles de la guerra civil. Mis abuelos eran
del bando perdedor doblemente: eran “rojos” y no eran Jorge Semprún. Vivieron
en Francia, que tiene fama (merecida) de ser un país de acogida presentable, residieron
allí durante más tiempo que los célebres cuarenta años, y les fue bien. Pero
sufrieron los prejuicios, la discriminación y la insolidaridad de muchísima
gente, al menos hasta que consiguieron competencia en el idioma, estabilidad en
el trabajo y veteranía en todos los demás frentes. “Íbamos a las tiendas y,
como no sabíamos pedir en francés, nos teníamos que ir sin que nos sirvieran”.
Y así.
Pero
esto no es Francia, es peor, en más de un sentido: no somos un país rico y no
tenemos tanta tolerancia como nos imaginamos.
Respecto
a la tolerancia, somos unos recién llegados. Tras 40 años de dictadura, la
hemos ejercitado poco y aún no nos sale natural. En Cataluña, que es la parte
adelantada de España para todo, lo bueno y lo malo, ya ha surgido algún partido de
corte xenófobo, la “Plataforma x Catalunya” empieza a dejar oír su voz en
muchos concejos: nos quitan el trabajo, las plazas de los colegios a nuestros
hijos, sobrecargan la Sanidad Pública, se llevan todas las subvenciones y
estribillos por el estilo.
Tampoco
somos un país rico. Esto, desde que se ha desatado la crisis, es una obviedad,
pero debió serlo mucho antes. Aquí no fabricamos nada más complejo que la
cerámica tradicional, apenas hay grandes firmas industriales, no exportamos
tecnología punta, ni nada por el estilo, vamos trampeando el día a día y
viviendo del cuento. Sin embargo nos hemos pasado veintitantos años importando
pobreza y ahora tenemos toda la que queremos. Respecto a la inmigración, entre
la alegría pasada y la actual aspereza, debió de haber algún término medio,
algún mecanismo de regulación, que nuestros dirigentes políticos, ahítos de
optimismo, olvidaron desarrollar.
Dejémoslo
estar, no somos gente juiciosa, sino prejuiciosa. Y pese a que tenemos un grave
problema con ese 25% de desempleo, tampoco podemos dejarnos arrastrar por la
demagogia más burda. No han sido los inmigrantes los que han gestionado desastrosamente la economía.
Me
viene al pelo este vídeo, que emitieron en “La Sexta”, donde unos bienhumorados
inmigrantes se apropian de los tópicos y prejuicios más comunes de que son
objeto y les dan la vuelta. Por un lado, es descacharrante y por otro, te hace
pensar. Aunque no nos podemos fiar de que esto de pensar acabe ocurriendo,
porque cuando lo vi en YouTube había comentarios del estilo: “Fíjate cómo se
burlan de los españoles”, “nos insultan y encima se ríen de nosotros” y otros del
mismo talante. No te lo pierdas. Vivir para ver.
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