domingo, 18 de noviembre de 2012

La Derrota Del Pensamiento - Alain Finkielkraut


He tenido la suerte de releer hace unos días este breve libro de filosofía del autor francés Alain Finkielkraut. “La derrota del pensamiento” fue publicado en Francia en 1987. Editorial  Anagrama nos obsequió en 2004 con una versión española y es que, claro, un ensayo filosófico no es un best-seller, aunque, en este caso, se trate de un libro ameno, muy asequible y, sobre todo, muy iluminador de la época que nos ha tocado vivir, a la que el autor denomina como “posmoderna”.

Finkielkraut es, en Francia, un intelectual muy controvertido que, además, aparece en los medios de comunicación diciendo cosas a contracorriente, denunciando “la barbarie del mundo moderno” y mostrando su escepticismo frente al progreso, un poco en la línea de Houellebecq.
 
El librito que comento y que no dudaría en recomendar a cualquier lector mínimamente interesado en las obras de ensayo, plantea la siguiente cuestión: la Revolución Francesa, como culminación del Siglo de las Luces, despierta y trata de dar vida a un nuevo concepto de hombre, en la libertad y el igualitarismo, un ser humano que alcanza su individualidad y su autonomía y se hace sujeto de derechos a través de la cultura, la instrucción y el pensamiento reflexivo. La cultura, el pensamiento y el arte proceden de un tronco común y son universales.

Frente a esta concepción, intelectual y abstracta, los filósofos del nacionalismo romántico alemán, oponen el espíritu de un pueblo (Volkgeist), la pertenencia obligada, desde la infancia a una comunidad que ha modelado totalmente nuestro ser, comenzando por el lenguaje y, más adelante las costumbres, las formas de pensar y los prejuicios, “la verdad de la que somos, pese a nosotros mismos, titulares, es la que descalifica nuestro deseo consciente” de ser individuos libres. A lo largo de los siglos XIX y XX, los antropólogos, sociólogos y demás estudiosos de los colectivos humanos, consagran esta segunda opción: no existe un sujeto humano fuera del marco cultural que lo conforma. Las diferencias culturales hacen que no exista un pensamiento ni un arte universales. Ya no podemos hablar de cultura, en singular, sino de múltiples culturas irreductibles.

Cada cultura genera una concepción del mundo que vale tanto como la de cualquier otra. “Ya no se trata de abrir a los demás a la razón, sino de abrirse uno mismo a la razón de los demás”. ”Nosotros, europeos de la segunda mitad del siglo XX, no somos la civilización sino una cultura especial, una variedad de lo humano fugitiva y perecedera”. Esta noción se ha impuesto ya de modo absoluto en nuestros días, configurando el mundo multicultural y posmoderno en el que nos movemos, donde se han borrado las diferencias de valor y escala, y Shakespeare es lo mismo que un cómic, un tema rock de éxito en la radio es equivalente a una Sinfonía de Mozart, un eslogan publicitario tiene el mismo rango que un poema de Petrarca y un futbolista puede ser genial.

Finkielkraut, algo despechado por el abandono del espíritu humano como un concepto universal, no ahorra sarcasmos:  cuando uno es multicultural y posmoderno, “le gusta poder pasar sin trabas de un restaurante chino a un club antillano, del cuscús a la fabada, del jogging a la religión, o de la literatura al ala delta.” El autor habla de “la industria del ocio, esta creación de la era técnica que reduce a pacotilla las obras del espíritu” y habla de “este triunfo de la memez sobre el pensamiento” que “vacía las cabezas para poder llenar mejor los ojos”. Y remata: “Cuando el odio a la cultura pasa a ser a su vez cultural, la vida guiada por el intelecto pierde toda significación.”

Según Finkielkraut y, en esto, mi experiencia me hace estar totalmente de acuerdo, el primer damnificado por la derrota del pensamiento y la sustitución de la cultura en singular por el conglomerado pluricultural, es la escuela. “La escuela es la última excepción al self-service generalizado. Así pues, el malentendido que separa esta institución de sus usuarios va en aumento: la escuela es moderna, los alumnos son posmodernos; ella tiene por objeto formar los espíritus, ellos le oponen la atención flotante del joven telespectador… Retraducen el objetivo emancipador (de la escuela) en programa arcaico de sujeción y confunden, en un mismo rechazo de la autoridad, la disciplina y la transmisión, el maestro que instruye y el amo que domina.” ”Del tren eléctrico a la informática, de la diversión a la comprensión, el proceso debe realizarse suavemente y, si es posible, sin que se enteren sus propios beneficiarios. Poco importa que la comprensión así desarrollada por el juego con la máquina sea del tipo de la manipulación y no del razonamiento: entre unas técnicas cada vez más avanzadas y un consumo cada vez más variado, la forma de discernimiento que hace falta para pensar el mundo, carece de uso e incluso de palabra para nombrarse, pues la de cultura le ha sido definitivamente confiscada”.

 
Muchos otros temas son breve pero cegadoramente iluminados por el foco de Finkielkraut. La mala conciencia de Europa que ha generado la Filosofía de la Descolonización, el por qué la izquierda ha pasado del internacionalismo proletario al nacionalismo político, el cómo la UNESCO acaba sirviendo para lo contrario de para lo que se creó… Si las grandes cuestiones que subyacen en el pensamiento político actual te suscitan alguna curiosidad, este es tu libro.

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