He
tenido la suerte de releer hace unos días este breve libro de filosofía del
autor francés Alain Finkielkraut. “La derrota del pensamiento” fue publicado en
Francia en 1987. Editorial Anagrama nos
obsequió en 2004 con una versión española y es que, claro, un ensayo filosófico
no es un best-seller, aunque, en este caso, se trate de un libro ameno, muy
asequible y, sobre todo, muy iluminador de la época que nos ha tocado vivir, a
la que el autor denomina como “posmoderna”.
Finkielkraut
es, en Francia, un intelectual muy controvertido que, además, aparece en los
medios de comunicación diciendo cosas a contracorriente, denunciando “la
barbarie del mundo moderno” y mostrando su escepticismo frente al progreso, un
poco en la línea de Houellebecq.
El
librito que comento y que no dudaría en recomendar a cualquier lector
mínimamente interesado en las obras de ensayo, plantea la siguiente cuestión:
la Revolución Francesa, como culminación del Siglo de las Luces, despierta y trata
de dar vida a un nuevo concepto de hombre, en la libertad y el igualitarismo,
un ser humano que alcanza su individualidad y su autonomía y se hace sujeto de
derechos a través de la cultura, la instrucción y el pensamiento reflexivo. La
cultura, el pensamiento y el arte proceden de un tronco común y son
universales.
Frente
a esta concepción, intelectual y abstracta, los filósofos del nacionalismo
romántico alemán, oponen el espíritu de un pueblo (Volkgeist), la pertenencia
obligada, desde la infancia a una comunidad que ha modelado totalmente nuestro
ser, comenzando por el lenguaje y, más adelante las costumbres, las formas de
pensar y los prejuicios, “la verdad de la que somos, pese a nosotros mismos,
titulares, es la que descalifica nuestro deseo consciente” de ser individuos
libres. A lo largo de los siglos XIX y XX, los antropólogos, sociólogos y demás
estudiosos de los colectivos humanos, consagran esta segunda opción: no existe
un sujeto humano fuera del marco cultural que lo conforma. Las diferencias
culturales hacen que no exista un pensamiento ni un arte universales. Ya no
podemos hablar de cultura, en singular, sino de múltiples culturas
irreductibles.
Cada
cultura genera una concepción del mundo que vale tanto como la de cualquier
otra. “Ya no se trata de abrir a los demás a la razón, sino de abrirse uno
mismo a la razón de los demás”. ”Nosotros, europeos de la segunda mitad del
siglo XX, no somos la civilización sino una cultura especial, una variedad de
lo humano fugitiva y perecedera”. Esta noción se ha impuesto ya de modo
absoluto en nuestros días, configurando el mundo multicultural y posmoderno en
el que nos movemos, donde se han borrado las diferencias de valor y escala, y
Shakespeare es lo mismo que un cómic, un tema rock de éxito en la radio es
equivalente a una Sinfonía de Mozart, un eslogan publicitario tiene el mismo
rango que un poema de Petrarca y un futbolista puede ser genial.
Finkielkraut,
algo despechado por el abandono del espíritu humano como un concepto universal,
no ahorra sarcasmos: cuando uno es multicultural y posmoderno, “le gusta poder pasar sin
trabas de un restaurante chino a un club antillano, del cuscús a la fabada, del
jogging a la religión, o de la literatura al ala delta.” El autor habla de “la
industria del ocio, esta creación de la era técnica que reduce a pacotilla las
obras del espíritu” y habla de “este triunfo de la memez sobre el pensamiento”
que “vacía las cabezas para poder llenar mejor los ojos”. Y remata: “Cuando el
odio a la cultura pasa a ser a su vez cultural, la vida guiada por el intelecto
pierde toda significación.”
Según
Finkielkraut y, en esto, mi experiencia me hace estar totalmente de acuerdo, el
primer damnificado por la derrota del pensamiento y la sustitución de la
cultura en singular por el conglomerado pluricultural, es la escuela. “La
escuela es la última excepción al self-service generalizado. Así pues, el
malentendido que separa esta institución de sus usuarios va en aumento: la
escuela es moderna, los alumnos son posmodernos; ella tiene por objeto formar
los espíritus, ellos le oponen la atención flotante del joven telespectador…
Retraducen el objetivo emancipador (de la escuela) en programa arcaico de
sujeción y confunden, en un mismo rechazo de la autoridad, la disciplina y la
transmisión, el maestro que instruye y el amo que domina.” ”Del tren eléctrico
a la informática, de la diversión a la comprensión, el proceso debe realizarse
suavemente y, si es posible, sin que se enteren sus propios beneficiarios. Poco
importa que la comprensión así desarrollada por el juego con la máquina sea del
tipo de la manipulación y no del razonamiento: entre unas técnicas cada vez más
avanzadas y un consumo cada vez más variado, la forma de discernimiento que
hace falta para pensar el mundo, carece de uso e incluso de palabra para
nombrarse, pues la de cultura le ha sido definitivamente confiscada”.
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