“Las
bicicletas son para el verano” reza el título de la célebre película de Jaime
Chávarri. Y para la calzada, me permito añadir modestamente, ya que esto, que
siempre se consideró así, últimamente no parece estar nada claro.
Ayer
estuve en Zaragoza y, por dos veces, casi me pasa por encima uno de estos
vehículos de tracción animal. Las bicis actualmente pululan a todo trapo por
las aceras, para intensificar el acoso de los peatones, que ya venía siendo de
gran eficacia en nuestras hiperautomovilizadas ciudades.
Y no
es que yo caminara por uno de los innumerables carriles para bicicletas con los
que los consistorios ecolosocialistas y progresistas han sembrado las aceras;
no, qué va, pero es que como los carriles bici van de ningún sitio a ninguna
parte, sus usuarios, que sí van a algún lugar, acostumbran a empalmar los
tramos que les convienen navegando por la acera, ante la mirada complacida de
los guripas y el espanto inerme de las viejecitas.
Que
nadie me confunda: no soy enemigo, sino veterano usuario de la bicicleta y
tampoco pienso que su lugar esté fuera de la vía pública de las ciudades, donde
sería un vehículo, práctico, flexible, no contaminante y saludable. Lo que me
revienta son las actuaciones políticas orientadas por el oportunismo y por la
memez (o tal vez debería resumir y decir las actuaciones políticas).
Tengo
el privilegio de vivir en una ciudad pequeña (o en un pueblo grande, da igual).
Esta circunstancia facilita enormemente el uso de la bicicleta, tanto el
deportivo como el práctico. En el aspecto práctico, el tráfico no es tan denso
ni salvaje como para hacer desistir a un usuario de utilizar este vehículo para
moverse: ir al trabajo, de compras o salir a dar una vuelta. Eso sí, aquí falta
la costumbre y el personal coge el coche hasta para salir a ver si llueve. Qué
le vamos a hacer. El Ayuntamiento también se dio el gusto de pergeñar dos o
tres carriles bici. Supongo que se dijeron al proyectarlos: empezamos donde nos
vaya bien y acabamos donde se nos termine la pintura. Éste es, salvando algunas
honrosas excepciones, el criterio con el que se diseñan esta especie de adornos
viales. Y sí, también aquí hay ciclistas que confunden la acera con un
velódromo.
Hasta
donde yo soy capaz de percibir, no ha existido ninguna actuación política seria (un oxímoron), en el sentido de
intentar garantizar la seguridad de los ciclistas. Un ciclista en su sano
juicio no puede echarse con su vehículo a la calzada de ninguna ciudad española
y confiar en sobrevivir una temporada. Uno se pone verde de envidia cuando ve
fotos de los Países Bajos o de las ciudades del norte de Europa, todo atestado
de bicicletas. Al verlos piensas que deben de respirar mejor, ahorrar más y
estar menos estresados y más sanos (y eso que el clima no les acompaña como
aquí).
En
resumen, como queda muy ecológico y da muestras de una elevada sensibilidad y
de un acusado compromiso social, mejorando la convivencia y bla, bla, bla, me
temo que seguiremos con este paripé y esta soplapollez, pero nadie que gobierne
hará nada en realidad, que fomente el uso de la bicicleta como medio de
transporte individual realmente viable,
porque eso pasa por articular medidas para otorgarle (o restituirle) un lugar
en la calzada y eso no están dispuestos a hacerlo. El reinado del automóvil en
la ciudad es para ellos, sean cuales sean sus siglas, como la gallina de los
huevos de oro.
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