Parece
un hecho ciertamente admirable. Entre la Primaria y la Secundaria, nuestros
niños y muchachos se pegan un mínimo de diez años estudiando inglés. Al obtener
el graduado en Secundaria (o al abandonar los estudios para engrosar las filas
de los ninis), es una rara y honrosa excepción el alumno que está en
condiciones de departir con un anglosajón sobre, por ejemplo, las glorias
respectivas del Manchester United y el Real Madrid, o de ver y seguir, en
inglés, la película “Harry Potter y las Reliquias de Santa Teresa”.
No
deben deprimirse por esto los profesores de la nueva lengua franca. En la
enseñanza obligatoria, la vida académica está herida de muerte: una
sorprendente mayoría, al terminar sus estudios, no sabrá señalar Vigo con
exactitud en el mapa y dudará si dos al cubo es seis u ocho. Así están las
cosas.
La
función social de la escuela es, actualmente, la de guardería para niños y
niñas de tres a dieciséis años. Guardería que tiene un carácter marcadamente
recreativo y socializante e integrador, pero impartir conocimientos, lo que se
dice conocimientos, está por encima de sus posibilidades actuales. Y no es
cuestión de que los planes de estudios sean cada vez más fláccidos (que lo
son), ni que debido a la crisis y subsiguientes recortes, se destine cada vez
menos calderilla al presupuesto educativo (que se destina).
La
cuestión es que las escuelas y los institutos carecen de la posibilidad real de
crear un clima (o un escenario, como dicen ahora los políticos garrulos) donde
el pensamiento reflexivo y crítico, el sosiego, el trabajo personal y la
constancia, es decir, las bases de lo que estrictamente sería el estudio, lo hicieran posible.
De
este modo, llevando a cabo esto que he llamado estudio, una actividad basada en
el esfuerzo, la paciencia, la humildad y el afán de superación, por parte de niños
y adolescentes, en condiciones menos adversas de las que sobrellevan
actualmente las instituciones educativas, daría algún tipo de fruto, por
ejemplo, un conocimiento suficiente del inglés para mantener una conversación
de más de dos frases
Un
día hablaré de los factores que, a día de hoy, dificultan o imposibilitan la
adquisición del conocimiento académico, facilitando, a cambio, ligar y pasarlo
bien en los institutos (no todo ha de ser negativo en esta vida). De todas
formas, aprender inglés es muy difícil: es una lengua de otra familia, son todo
monosílabos y hablan deprisa que se las pelan. Además, no nos debe de hacer
tanta falta, porque las películas las doblan todas y las canciones son tan
tontas, que te gustan más si no las entiendes. Y, bueno, una lengua extranjera
es el uso práctico continuado lo que nos la enseña, tampoco podemos aprender
practicando distraídamente tres horas por semana. Ved si no lo que dijo nuestro
eximio poeta, Nicolás Fernández de Moratín, hace más de doscientos años, sobre
lo que es aprender una lengua ajena, en este precioso epigrama:
Admiróse un portugués
de ver que en su
tierna infancia
todos los niños en
Francia
supiesen hablar
francés.
«Arte diabólica es»,
dijo, torciendo el
mostacho,
«que para hablar en
gabacho
un fidalgo en
Portugal
llega a viejo, y lo
habla mal;
y aquí lo parla un
muchacho».
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