jueves, 29 de noviembre de 2012

Competencia Lingüística


Parece un hecho ciertamente admirable. Entre la Primaria y la Secundaria, nuestros niños y muchachos se pegan un mínimo de diez años estudiando inglés. Al obtener el graduado en Secundaria (o al abandonar los estudios para engrosar las filas de los ninis), es una rara y honrosa excepción el alumno que está en condiciones de departir con un anglosajón sobre, por ejemplo, las glorias respectivas del Manchester United y el Real Madrid, o de ver y seguir, en inglés, la película “Harry Potter y las Reliquias de Santa Teresa”.

No deben deprimirse por esto los profesores de la nueva lengua franca. En la enseñanza obligatoria, la vida académica está herida de muerte: una sorprendente mayoría, al terminar sus estudios, no sabrá señalar Vigo con exactitud en el mapa y dudará si dos al cubo es seis u ocho. Así están las cosas.

La función social de la escuela es, actualmente, la de guardería para niños y niñas de tres a dieciséis años. Guardería que tiene un carácter marcadamente recreativo y socializante e integrador, pero impartir conocimientos, lo que se dice conocimientos, está por encima de sus posibilidades actuales. Y no es cuestión de que los planes de estudios sean cada vez más fláccidos (que lo son), ni que debido a la crisis y subsiguientes recortes, se destine cada vez menos calderilla al presupuesto educativo (que se destina).

La cuestión es que las escuelas y los institutos carecen de la posibilidad real de crear un clima (o un escenario, como dicen ahora los políticos garrulos) donde el pensamiento reflexivo y crítico, el sosiego, el trabajo personal y la constancia, es decir, las bases de lo que estrictamente sería el estudio, lo hicieran posible.

De este modo, llevando a cabo esto que he llamado estudio, una actividad basada en el esfuerzo, la paciencia, la humildad y el afán de superación, por parte de niños y adolescentes, en condiciones menos adversas de las que sobrellevan actualmente las instituciones educativas, daría algún tipo de fruto, por ejemplo, un conocimiento suficiente del inglés para mantener una conversación de más de dos frases
 
Un día hablaré de los factores que, a día de hoy, dificultan o imposibilitan la adquisición del conocimiento académico, facilitando, a cambio, ligar y pasarlo bien en los institutos (no todo ha de ser negativo en esta vida). De todas formas, aprender inglés es muy difícil: es una lengua de otra familia, son todo monosílabos y hablan deprisa que se las pelan. Además, no nos debe de hacer tanta falta, porque las películas las doblan todas y las canciones son tan tontas, que te gustan más si no las entiendes. Y, bueno, una lengua extranjera es el uso práctico continuado lo que nos la enseña, tampoco podemos aprender practicando distraídamente tres horas por semana. Ved si no lo que dijo nuestro eximio poeta, Nicolás Fernández de Moratín, hace más de doscientos años, sobre lo que es aprender una lengua ajena, en este precioso epigrama:

Admiróse un portugués
de ver que en su tierna infancia
todos los niños en Francia
supiesen hablar francés.
«Arte diabólica es»,
dijo, torciendo el mostacho,
«que para hablar en gabacho
un fidalgo en Portugal
llega a viejo, y lo habla mal;
y aquí lo parla un muchacho».

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