Por
la prensa me acabo de enterar, como decía aquel famoso gobernante del siglo
pasado, de que, para recortar el gasto público, han retirado el coche oficial a
unos doscientos altos cargos. Al parecer si no eres al menos condottiero
autonómico, o subsecretario de algún sátrapa, te has quedado como usuario del
transporte público, y sin portaestandarte.
Con esta popular medida, las arcas
del Estado ahorrarán, según previsiones, unos diez millones de euros. Los que
no hemos sido logsetomizados y aún sabemos dividir, deducimos que se trata de
cincuenta mil euros al año por coche y cargo. De esto inferimos: a) que el
chófer no era, probablemente, un mileurista, b) que el vehículo no era, con
seguridad, un Opel Corsa, y c) que la plaza de parking no estaba en un barrio
periférico, circunstancias, todas estas, que de ser afirmativas, hubieran
atenuado el gasto y, de este modo, no se verían ahora doscientos gerifaltes en
la amarga necesidad de hacer auto-stop.
Cuando
era chiquillo, mi padrino me regaló un magnífico atlas universal. Estaba
estructurado de modo que alternaba una doble página de mapas con una doble página
dedicada a ver fotos de los lugares recogidos en los mapas. En una de estas
fotos, el primer ministro, no puedo recordar si de Holanda o de Dinamarca, un
señor muy serio con sombrero, abrigo y maletín, posaba junto a una bicicleta
que usaba para dirigirse a la sede del parlamento. Guardo esta memoria de hace
cincuenta años, porque aquí estábamos con el más bien ostentoso régimen del
Caudillo, que nos mandaba al pueblo a su entonces Ministro de Información y
Turismo, el ínclito y jamás periclitado señor Fraga Iribarne, con una escolta
motorizada y un séquito que hubiera concitado la envidia del imperio
Austro-Húngaro. Dado que nuestra vida bajo el citado régimen, no sabíamos si
autoritario o totalitario, era cutre y pobretona y los poderosos mostraban presumidos
su capacidad de dispendio y sus privilegios, siempre asocié la democracia a la
que aspirábamos, con la bicicleta del primer ministro de la Europa del Norte.
Se trata, lo admito, de una ingenuidad que, apenas terminada la transición
democrática española, no se sostenía por ningún motivo: los privilegios habían
cambiado de manos, pero no de naturaleza. Ya puestos, a día de hoy, ni siquiera un
primer ministro danés u holandés podría permitirse ir a su cometido en
bicicleta, salvo que quisiera agonizar en el asfalto víctima de, por ejemplo,
un atentado islamista. Así que, admitámoslo, tener servidores públicos elegidos
democráticamente, tampoco resulta barato, aunque no sean tan antieconómicos
como los españoles.
Nuevo modelo de coche oficial para tiempos de crisis |
Yo
nunca he tenido coche, ni oficial ni extraoficial. He sido entre que peatón,
ciclista y usuario del transporte público. Un día hablaré del agobio que
suponen los dos primeros cometidos. Hoy me centraré en el transporte público,
por si nuestros representantes democráticos, desposeídos del coche oficial, se
ven en el oprobio de hacer uso de él. De este modo puedo darles, a modo de
orientación, el consejo de que usen el AVE, o el vuelo de línea regular en
primera clase.
Todo lo demás será una pésima experiencia para ellos. El resto
son vehículos y convoyes lentos, atestados e impuntuales. O inexistentes. El
autobús que une mi pueblo con la capital, tardaba, hace 40 años, hora y media. Gracias
al innegable progreso económico, social y tecnológico, hoy en día tarda
solamente hora y media. Para algo menos de setenta kilómetros, es una media
envidiable, aunque debe ser un servicio deficitario, pues sólo lo usamos los
inmigrantes y yo, el resto de las personas no sobreviven a esas velocidades.
Los trenes que unían mi pueblo con el resto de la península, también debían ser
deficitarios, prácticamente los han suprimido todos, bueno, pasa alguno si es
día laborable y múltiplo de pi.
Durante
los diez años que viví en Barcelona fui, para ir al trabajo todos los días,
usuario subterráneo del metro, que allí, quizá como hecho diferencial, mide más
de cien centímetros. Nunca vi a ningún político en sus vagones. Ni en campaña
electoral. Solo ciudadanos de las clases populares. Trescientos votantes en
cada vagón. Como tardaba lo suyo, me dio tiempo a reflexionar sobre la
inevitable naturaleza contradictoria de la democracia: un representante de los
que allí estábamos, no podía saber nada
de nuestras necesidades y aspiraciones si no tomaba también, cada día, el metro
para ir al trabajo político que en él habíamos delegado. Por otra parte, si
cogía el metro todas las mañanas, esto le restaría tiempo, energía,
concentración y carisma para negociar, conspirar, urdir y mangonear al más alto
nivel, con lo que ya no podría ser competencia política para más avezados tiburones
y figurones. Es decir, mientras estaba allí, apretadito en el vagón, no podía
moverse y medrar en las altas esferas.
De este modo, volvemos al coche oficial como mal menor, eso sí, con cabeza y economizando.
¿Pero con la autovía A-22 que han construido desde Lérida hasta Huesca todavía no ha mejorado la línea de autobús?
ResponderEliminarBuen artículo.