sábado, 10 de noviembre de 2012

El Coche Oficial

Por la prensa me acabo de enterar, como decía aquel famoso gobernante del siglo pasado, de que, para recortar el gasto público, han retirado el coche oficial a unos doscientos altos cargos. Al parecer si no eres al menos condottiero autonómico, o subsecretario de algún sátrapa, te has quedado como usuario del transporte público, y sin portaestandarte.
Con esta popular medida, las arcas del Estado ahorrarán, según previsiones, unos diez millones de euros. Los que no hemos sido logsetomizados y aún sabemos dividir, deducimos que se trata de cincuenta mil euros al año por coche y cargo. De esto inferimos: a) que el chófer no era, probablemente, un mileurista, b) que el vehículo no era, con seguridad, un Opel Corsa, y c) que la plaza de parking no estaba en un barrio periférico, circunstancias, todas estas, que de ser afirmativas, hubieran atenuado el gasto y, de este modo, no se verían ahora doscientos gerifaltes en la amarga necesidad de hacer auto-stop.
Cuando era chiquillo, mi padrino me regaló un magnífico atlas universal. Estaba estructurado de modo que alternaba una doble página de mapas con una doble página dedicada a ver fotos de los lugares recogidos en los mapas. En una de estas fotos, el primer ministro, no puedo recordar si de Holanda o de Dinamarca, un señor muy serio con sombrero, abrigo y maletín, posaba junto a una bicicleta que usaba para dirigirse a la sede del parlamento. Guardo esta memoria de hace cincuenta años, porque aquí estábamos con el más bien ostentoso régimen del Caudillo, que nos mandaba al pueblo a su entonces Ministro de Información y Turismo, el ínclito y jamás periclitado señor Fraga Iribarne, con una escolta motorizada y un séquito que hubiera concitado la envidia del imperio Austro-Húngaro. Dado que nuestra vida bajo el citado régimen, no sabíamos si autoritario o totalitario, era cutre y pobretona y los poderosos mostraban presumidos su capacidad de dispendio y sus privilegios, siempre asocié la democracia a la que aspirábamos, con la bicicleta del primer ministro de la Europa del Norte.
Se trata, lo admito, de una ingenuidad que, apenas terminada la transición democrática española, no se sostenía por ningún motivo: los privilegios habían cambiado de manos, pero no de naturaleza. Ya puestos, a día de hoy, ni siquiera un primer ministro danés u holandés podría permitirse ir a su cometido en bicicleta, salvo que quisiera agonizar en el asfalto víctima de, por ejemplo, un atentado islamista. Así que, admitámoslo, tener servidores públicos elegidos democráticamente, tampoco resulta barato, aunque no sean tan antieconómicos como los españoles.
Nuevo modelo de coche oficial para tiempos de crisis
 
Yo nunca he tenido coche, ni oficial ni extraoficial. He sido entre que peatón, ciclista y usuario del transporte público. Un día hablaré del agobio que suponen los dos primeros cometidos. Hoy me centraré en el transporte público, por si nuestros representantes democráticos, desposeídos del coche oficial, se ven en el oprobio de hacer uso de él. De este modo puedo darles, a modo de orientación, el consejo de que usen el AVE, o el vuelo de línea regular en primera clase.
Todo lo demás será una pésima experiencia para ellos. El resto son vehículos y convoyes lentos, atestados e impuntuales. O inexistentes. El autobús que une mi pueblo con la capital, tardaba, hace 40 años, hora y media. Gracias al innegable progreso económico, social y tecnológico, hoy en día tarda solamente hora y media. Para algo menos de setenta kilómetros, es una media envidiable, aunque debe ser un servicio deficitario, pues sólo lo usamos los inmigrantes y yo, el resto de las personas no sobreviven a esas velocidades. Los trenes que unían mi pueblo con el resto de la península, también debían ser deficitarios, prácticamente los han suprimido todos, bueno, pasa alguno si es día laborable y múltiplo de pi.
Durante los diez años que viví en Barcelona fui, para ir al trabajo todos los días, usuario subterráneo del metro, que allí, quizá como hecho diferencial, mide más de cien centímetros. Nunca vi a ningún político en sus vagones. Ni en campaña electoral. Solo ciudadanos de las clases populares. Trescientos votantes en cada vagón. Como tardaba lo suyo, me dio tiempo a reflexionar sobre la inevitable naturaleza contradictoria de la democracia: un representante de los que allí estábamos, no podía saber nada de nuestras necesidades y aspiraciones si no tomaba también, cada día, el metro para ir al trabajo político que en él habíamos delegado. Por otra parte, si cogía el metro todas las mañanas, esto le restaría tiempo, energía, concentración y carisma para negociar, conspirar, urdir y mangonear al más alto nivel, con lo que ya no podría ser competencia política para más avezados tiburones y figurones. Es decir, mientras estaba allí, apretadito en el vagón, no podía moverse y medrar en las altas esferas.
De este modo, volvemos al coche oficial como mal menor, eso sí, con cabeza y economizando.


1 comentario:

  1. ¿Pero con la autovía A-22 que han construido desde Lérida hasta Huesca todavía no ha mejorado la línea de autobús?

    Buen artículo.

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